jueves, 4 de diciembre de 2014

20 cosas sobre mi Princesa


¡Hola! Soy la Princesa de mi mami y de este blog, también conocida como Ratoncita, la Reina Babas o la Princesa Biberón. Como aún no sé escribir, mi mami está escribiendo esta entrada por mí para que me conozcáis un poco mejor. Aquí van estas 20 cosas sobre mí:

1) Soy un clon de mi padre.
2) Soy muy dormilona.
3) Las tres cosas que más odio son, por este orden: las inyecciones, las mangas largas y la papilla de frutas.
4) Soy muy alta (bueno, o larga) para mi edad.
5) Me encantan las canciones frikis tolkiendilis que me canta mi madre.
6) Tengo las pestañas larguíiisimas.
7) Me río mucho con todo el mundo; me encanta hacer nuevos amigos.
8) Soy una súper heroína.
9) Siento un amor irrefrenable por la botella de mi crema hidratante y por el desaguador de mi bañera.
10) Tengo un gran futuro como contorsionista.
11) Mi nombre élfico es Eledhwen Lalaith.
12) Cuando necesito a mis padres, prefiero llamarlos pateando y mordiendo la cámara por la que sé que me ven.
13) Antes me gustaban mucho las tetinas de Jané, pero ahora creo que prefiero las de Nuk.
14) Soy capaz de tragarme un biberón gigante en un tiempo récord.
15) ADORO el vídeo de la canción "Let it go" de Frozen (cantada en español de España).
16) Me encanta posar para la cámara.
17) Un chupete siempre sabe mejor cuando tiene tu nombre grabado. Lo más de lo más es cuando reunes dos y te los metes en la boca al mismo tiempo.
18) Me gustan los gorros y los adornos en el pelo.
19) Sin embargo, detesto los zapatos o que me pongan cualquier cosa en los pies.
20) Mi placer culpable es beberme el agua jabonosa de la bañera, ¡lástima que mis padres jamás me dejan probarla!

miércoles, 17 de septiembre de 2014

¿Cómo conseguir que un bebé duerma bien?


Supongo que con lo que voy a decir voy a provocar una mezcla de incredulidad y envidia hacia mi persona, pero lo tengo que decir: tenemos la tremenda suerte de que mi niña (que ya tiene tres meses y medio) duerme de un tirón toda la noche desde los dos meses. Con dormir de un tirón, me refiero a que ella misma se quitó la toma nocturna, y duerme durante 8-9 horas seguidas sin despertarse absolutamente por nada.
Sé que esto no es habitual, y soy plenamente consciente de lo afortunados que somos su padre y yo por tener una niña que nos permite descansar por las noches. Por eso, y como la mayoría de mis amigas no han tenido tanta suerte, me gustaría compartir en esta entrada qué creemos mi marido y yo que ha sido de utilidad para que nuestra hija duerma tanto y de un tirón.
¿Cómo conseguir que un bebé duerma bien? He aquí nuestros consejos y sugerencias, fruto de nuestra propia experiencia.

1) Hacerle distinguir desde el principio entre el día y la noche: Desde el primer día que la niña llegó a casa, se ha estado acostumbrando a que de día hay luz y ruido, mientras que de noche hay oscuridad y silencio. Hay muchos padres que ponen a su bebé a dormir la siesta en una habitación con las persianas bajadas, o están constantemente chistando a todo el mundo para que hable en susurros y no ponga la televisión, no lo vaya a despertar. Nosotros, no. Obviamente hay que controlar el tono para no hablar a gritos ni poner la tele a toda pastilla, pero en la casa deben seguir habiendo los ruidos habituales y la luz diurna. Si tienes que hablar, habla. Si tienes que ver la tele, la ves. Si tienes que cocinar, poner la lavadora, triturar algo en la batidora, hacer correr el agua... lo haces, y punto. De ese modo, el bebé se acostumbra a que el día es actividad y la noche es silencio. Si quieres lo puedes dejar en otra habitación (su dormitorio o el tuyo), pero nunca con la puerta cerrada, y mucho menos con las persianas bajadas. De ese modo, conseguimos que su fase de sueño profundo sólo se active plenamente de noche.

3) Relajarlo antes de acostarlo: Es fundamental que un bebé esté relajado para poder dormir bien. En este sentido es exactamente igual que nosotros, los adultos; cuando estamos nerviosos o incómodos nos es imposible conciliar el sueño, y en el caso de nuestros hijos la cosa no es diferente. Es muy importante que antes de acostar al bebé nos aseguremos de que tiene el pañal seco y limpio, no tiene hambre, ni frío, ni calor. Tampoco es conveniente que juegue a juegos excitantes o esté sometido a estímulos intensos antes de dormir (prueba a echarte una siesta después de subir a una montaña rusa o ver una película de suspense). Otra cosa muy útil para relajar a un bebé es el baño: en el 95% de los casos (y lo mismo me quedo corta) un baño con agua tibia, seguido de un buen secado con una toalla suavecita, un masaje con cremita hidratante y un pijamita cómodo, obran milagros a la hora de relajar a cualquier bebé, por inquieto que sea.

4) Asegúrate de que no le duele nada: Hay que tener en cuenta que si le duele algo tampoco va a estar relajado, en este sentido os doy un truco muy bueno que ideé(con el beneplácito de la pediatra, por supuesto, a quien siempre hay que consultar estas cosas): mezclarle con el biberón una dosis de esas infusiones especiales para bebés que venden en farmacias. En caso de mi hija, como tenía gases y estaba estreñida, alternamos un cuarto de cucharadita de café de infusión digestiva (la de Blevit lleva manzanilla e hinojo) y la misma dosis de infusión anti estreñimiento. De ese modo, adiós a los dos problemas, con lo cual adiós también a los dolores y molestias de barriga que la importunaban. Si haces lactancia materna exclusiva, la solución puede ser extraer la leche con un sacaleches y meterla en un biberón para poder disolver en ella las infusiones, ya que en nuestro caso dárselas aparte en un biberón con agua no funcionaba: la niña no se las quería tomar porque estaba llena de leche, y si se la tomaba se acababa empachando y también le dolía la tripa.

2) Crearle una rutina de sueño: Los bebés son criaturas que funcionan mucho mejor si saben lo que va a pasar en cada momento. Esto significa que necesitan rutinas. Si el bebé aprende que cuando pasa A, B y C a continuación es hora de dormir, cogerá el sueño mucho más fácilmente. Os cuento cómo hacemos nosotros en casa con nuestra hija: le damos el biberón de la noche (suele ser a las nueve o a las diez, dependiendo del día), acto seguido la bañamos, la secamos, y le ponemos cremita y el pijama. Después de ponerle el pijama la "peinamos" con el cepillito de cerdas blanditas que contiene todo neceser de bebé; es tan suave que le hace cosquillitas y unido a unas palabras dulces y cariñosas la deja súper feliz. Acto seguido la llevamos a su cunita, le damos un beso de buenas noches, y la dejamos sola con una luz muy tenue. Hay veces que se duerme inmediatamente y hay veces que tontea un poco y lloriquea pidiendo el chupete; en estos casos tarda unos quince minutos en dormirse. Cada padre es libre de establecer el horario o la rutina que le convenga más, pero sea cual sea el que elijáis vosotros, seguidlo a rajatabla. El día en que la rutina se rompe es el día en que el bebé, desconcertado y nervioso, no se puede dormir.

3) Acostumbrarla a dormir solo desde el principio: Si el bebé se acostumbra a dormirse en nuestros brazos, o a que lo mezamos mientas le cantamos nanas, o cosas así, luego va a ser misión imposible que se duerma solo y por sí mismo. Nuestra hija a veces llora reclamando atención antes de dormirse; en estos casos lo que hacemos es ir a la habitación, acariciarla y ponerle el chupete; estamos un minuto o dos con ella hasta que se calma y entonces nos volvemos a ir. El resultado es que con tres meses y medio ya se ha acostumbrado a dormirse sola y la mayoría de las veces lo hace rápido y sin problemas.

4) Conseguid que llegue a la noche con sueño: Con esto quiero decir a que hay que equilibrar las horas de sueño diurnas con las nocturnas. Puede parecer muy cómodo tener al bebé durmiendo la mayor parte del día para poder hacer tus cosas con comodidad y sin interrupciones, pero asume que en ese caso no dormirá por la noche. ¿Significa esto que ha de estar despierto el mayor tiempo posible? Pues tampoco es eso, porque un bebé necesita más horas de sueño que un adulto, y si no duerme lo suficiente durante el día estará irritable y nervioso por la noche; con ese estado de ánimo olvídate de que se duerma. Lo mejor es dejar que los propios biorritmos del bebé hablen: no dejar que se duerma por aburrimiento ni forzarle a ello si de lo que tiene ganas es de jugar, pero tampoco obligarle a estar despierto si notáis que se le cierran los ojos. Si que es recomendable, por supuesto, que al menos esté despierto una o dos horas seguidas antes de acostarlo por la noche, para que le dé tiempo a cansarse.

5) Tener flexibilidad cuando es necesario: Evidentemente esto es lo que hacemos todos los días, pero también hay excepciones a la regla. Si por algún compromiso familiar, visita o evento, cenamos fuera o hay mucha gente en casa, es inevitable que se rompa la rutina de la niña. Si es así, y se trata de un caso puntual, no pasa nada: si la vemos irritable o nerviosa la acunamos en brazos hasta que se calma, y luego a dormir. Todos podemos tener un mal día de vez en cuando; los bebés también-

6) El factor suerte: Es un hecho que, aunque el sueño puede educarse hasta cierto punto, hay bebés más tranquilos y hay bebés más nerviosos. Nosotros tenemos suerte de que nuestra niña, aunque movidita, es tranquila y nada llorona. Es mucho más fácil criar a un bebé tranquilo que a uno nervioso, pero estoy convencida de que los consejos que he enumerado sirven en mayor o menor medida para mejorar el sueño de todos los niños.

7) Y por último, ¡postura adecuada!: Es muy importante que los bebés duerman boca arriba para prevenir disgustos. Nuestra hija, por ejemplo, sólo se duerme boca abajo; le cuesta la vida dormirse boca arriba, sobre todo por la noche. Lo que nosotros hacemos es ponerla boca abajo para que se duerma, no quitarle el ojo de encima ni un momento con la cámara vigilabebés, y en cuanto estamos seguros de que está profundamente dormida, le damos la vuelta y la ponemos boca arriba. Generalmente ya no se despierta (o se despierta un segundo y en seguida cierra los ojos otra vez), y ya duerme en posición correcta el resto de la noche. Para los tres o cuatro meses, cuando los bebés empiezan a darse la vuelta, es conveniente usar un anti-vuelcos.

lunes, 16 de junio de 2014

Mi parto


Pues nada... que mi princesa ya ha nacido. Vino al mundo a mediodía el 5 de Junio, más sana que una manzana :-)
Ocurre algo cuando llevas el embarazo ya avanzado y te pones a mirar blogs de mamás (por lo menos a mí me ocurrió): te pones a curiosear en busca de experiencias de partos, y se te ponen los pelos de punta. En serio. Al final tuve que dejar de buscarlas porque tras leer un par de historias de terror, de esas en plan "me pasé dieciocho horas dilatando y al final tuvieron que hacerme una cesárea" o "empecé a perder sangre a espuertas y me tuvieron que llevar a la UCI", la verdad es que me daban ganas de meterme en el agujero más profundo del mundo y encargarle el parto a otra.

Me satisface revelar a los lectores del blog que este NO ha sido mi caso. De hecho, he decidido relatar mi parto por dos motivos fundamentales: uno, para dejar constancia por escrito de cómo sucedió ahora que lo tengo fresco, antes de que mi cerebro comience a olvidarse de los detalles (que imagino acabará sucediendo, aunque ahora me parezca imposible), y dos, para compartir en la red una buena experiencia de parto fácil, rápido y sencillo en medio de tantas experiencias chungas. ¡Futuras mamás, animaos, que luego no es tan fiero en león como lo pintan! :-)

Empezaremos la historia por el principio de los tiempos. El principio de los tiempos, en este caso, viene a ser una semana 42 que llegaba y una niña que no salía. Llevaba desde la semana 38 yendo todos los miércoles a monitores, pero aunque el ritmo cardiaco de la niña estaba bien, yo no me ponía de parto. Alguna contracción de Braxton-Higgs molestilla de vez en cuando, sí, pero la cosa no se cogía. Y llegó el miércoles día 4 de Junio. Los días anteriores yo había estado teniendo de cuando en cuando contracciones, más o menos molestas, pero muy irregulares y espaciadas en el tiempo; vamos, que aquello no era parto ni de coña. Pero ese miércoles, cuando acudí a los monitores por la mañana, las correas detectaron una actividad más grande de lo normal en el útero y una única contracción. Después de aquello, el ginecólogo me hizo una ecografía, me hizo un tacto, y dictaminó: "Estás ya en la semana cuarenta y dos, tienes la placenta ya un poco envejecida y te estás quedando sin líquido amniótico. Y además, esas pequeñas contracciones que tienen ya te están borrando el cuello del útero. Así que esta noche a las doce y media ingresas en el hospital y si mañana no te has puesto de parto, lo terminamos".
Ante aquel anuncio, yo me puse a hiperventilar un poco, porque la verdad, que te diga el médico que a la mañana siguiente pares sí o sí, así sin paños calientes ni nada, pues qué queréis que os diga, impresiona.

La cosa quedo así. Nos volvimos para casa, yo dejé finiquitados todos los asuntos del Juzgado y del despacho, comimos, y por la tarde me duché tranquilamente, antes de lo cual descubrí que había expulsado algunos restos del tapón mucoso ("a buenas horas, magas verdes", pensé). Cenamos temprano, nos cercioramos de que llevábamos en la maleta todo lo que necesitábamos, y a las doce y cuarto llamamos a un taxi para irnos las hospital.
Cuando llegamos, había ya otras tres parejas esperando para ingresar también. Nos llamaron los últimos, nos asignaron una habitación, y allí que nos subimos con la maleta a cuestas. Si estaría yo nerviosa aquella noche, que me pincharon un Valium para que me relajara y aún así no pude dormir más de dos horas. El que tampoco durmió mucho fue mi pobre señor esposo, que al día siguiente tenía un examen en la UNED y estaba hecho polvo.

A las siete de la mañana, la matrona llamó por teléfono a la habitación para despertarme y avisarme de que un enfermero iría en diez minutos a bajarme a la sala de dilatación. Aprovecho la ocasión para desmentir esa creencia tan arraigada en las páginas webs "pro parto natural", donde intentan convencerte de que las matronas son una especie de seres angelicales y semidivinos con una bondadosa sonrisa en la cara y maneras amables, siempre dispuestas a acompañar a las mujeres parturientas por la dura pero feliz senda del parto, en contraposición a los serios y secos ginecólogos. "La atención de las matronas es más humanizada", dicen. Y UN CUERNO. La matrona que me tocó a mí era el ser más seco y antipático que ha parido madre. En lo profesional, no tengo queja, pero en lo que se refiere a trato personal, menuda borde era la tía. Pocas palabras y monosilábicas, ni una sonrisa, ni una explicación, aparecía sólo lo justo... la verdad es que casi lloré de alegría cuando vi aparecer a mi ginecólogo, que me lleva tratando toda la vida y con el que tengo total y absoluta confianza. Aprovecho para decir a todas las futuras mamás que me estén leyendo que no se dejen engañar por los prejuicios "matrona buena - ginecólogo malo", porque en muchas ocasiones es a la inversa y a mí me sucedió. Todo depende de las personas con las que te encuentres.
El caso es que la matrona en cuestión hizo que me bajaran a la sala de dilatación, y una vez allí empezó la fiesta. Me monitorizaron para controlar las contracciones y la frecuencia cardiaca de la niña, y tras una exploración (esa es otra, queridos amigos, cuando una mujer está por dar a luz sus partes íntimas se convierten en dominio público, ahí mete las manos todo el mundo), la matrona dictaminó que yo estaba dilatada de un sólo centímetro. Lo suficiente para romperme las aguas. De modo que me abrió una vía en el brazo (auch), me enchufó un relajante muscular para terminar de ablandar el cuello del útero, un gotero de oxitocina sinténtica, y sacó una especie de varilla de plástico con un extremo en forma de gancho para metérmelo por...
Ese fue uno de los momentos en los que agradecí haber hecho el cursillo de preparación al parto, donde nos enseñaron aquellos artilugios y nos explicaron para qué servían y cómo funcionaban, porque la verdad, si llego a esperar que fuera aquella matrona con la simpatía de un cactus la que me lo explicara, hubiera ido lista. No me dolió; sencillamente, la mujer metió aquella varilla, y al cabo de un par de segundos noté cómo una oleada de líquido caliente se me escurría entre las piernas. Lo que sí me molestó un poco fueron los apretones y estrujones que me daba en la tripa la matrona mientras, porque al parecer se había propuesto exprimir hasta la última gotita de líquido amniótico que me quedara dentro del cuerpo, y a mí la verdad empezó a darme un poco de miedo que de paso estrujara también al bebé.
"¿Y cuánto cree que tardarán en empezar las contracciones?" pregunté, al ver que de momento no pasaba nada. "Eso depende", fue la extensa y amable respuesta. "Pero, ¿más o menos, cuánto suele tardar?" insistí yo. "Pues hay mujeres que se ponen en seguida y mujeres que necesitan dos goteros" dijo la matrona, mirándome con mala cara. Y salió a paso ligero de la habitación, no fuera que se me ocurriera preguntarle cualquier otra cosa.
Afortunadamente, las contracciones empezaron en seguida. Al principio no eran tan malas como me las pintaban; son como un dolor de regla más fuerte de lo normal. Gracia no hacen, pero tampoco es que fuera algo insoportable. Las respiraciones que practicamos en el cursillo de preparación al parto también las hicieron más llevaderas. Poco a poco, empezaron a subir de intensidad, y ahí fue donde yo empecé a ponerme un poco nerviosa, porque me habían dicho que hasta que no dilatara cuatro centímetros no me podían poner anestesia. Mi marido se tuvo que marchar a toda prisa para hacer el examen, pero por fortuna en esos momentos ya habían llegado mi madre y mi suegra, que se turnaron para estar conmigo durante la dilatación.
Y cuál fue mi sorpresa cuando, en el momento en que las contracciones empezaron a ser dolorosas, entró la matrona, me volvió a explorar, ¡y dijo que ya estaba dilatada de cuatro centímetros! Resulta que lo normal es dilatar un centímetro por hora, pero como yo soy así de chula, estaba dilatando a dos centímetros por hora, es decir, el doble de rápido de lo normal. Así que la matrona fue a llamar al anestesista.

El anestesista llegó al poco rato, con su mesita portátil a cuestas. Para entonces a mí las contracciones me molestaban muchísimo y encima eran tan seguidas que una se encadenaba con la siguiente y apenas me daban tiempo a descansar. El médico me hizo quedarme sentada en la cama, inclinada hacia delante para que se marcara la columna vertebral, y me derramó por la espalda un líquido frío que servía tanto para desinfectar como para insensibilizar un poco la piel. Luego, me pinchó anestesia local (casi ni sentí el pinchacito; fue mucho más dolorosa la inyección de Valium de la noche anterior), y finalmente, cuando ya tenía insensibilizada la zona, me metió el catéter. Resultado: no dolió absolutamente nada. Y cuando me inyectó la anestesia y el dolor de las contracciones se fue desvaneciendo hasta desaparecer por completo, fue la gloria bendita. Desde aquí aprovecho para hacer un llamamiento mundial: ¡¡Canonización YA para el que inventó la epidural!! Que además, por si no lo sabíais, se llamaba Fidel Pagés y era español, aragonés para más señas. ¡Los españoles trajimos la epidural al mundo! Ni la Roja en el Mundial de 2010, señores.

A partir de ahí, todo fue rodado. Desde que me bajaron a dilatación hasta que me metieron en el paritorio, pasaron menos de seis horas. A la una de la tarde, el ginecólogo dio orden de que me llevaran al paritorio, y mi marido, que ya había regresado hacía rato, me acompañó. Justo antes de entrar, el anestesista me inyectó otras dos dosis de analgesia epidural: una para que pudiera pasar el expulsivo sin problemas, y la otra porque la primera, inexplicablemente, sólo me anestesió la mitad del cuerpo.
El expulsivo fue rapidísimo; no debió durar ni quince minutos. Nunca olvidaré el momento en que el médico me ordenó por última vez que empujara, la fuerte sensación de presión al sentir algo enorme abriéndose camino a través de mi cuerpo, y el momento en que finalmente salió la niña, que se puso a lloriquear a los diez segundos de salir. Puedo jurar que no existe sensación en el mundo comparable a ver por primera vez la cara de tu hija delante de ti. Me la pasaron rápidamente para que le diera un beso y se la llevaron a una mesita que había en el mismo quirófano para limpiarla, vestirla y hacerle el test de Apgar, que salió excelente. Luego, ya vestida, con sus manoplas y su gorrito incluidos, me la pusieron en brazos y ya la dejaron allí. El ginecólogo me cosió la episiotomía (que no sentí en absoluto) y me subieron a la habitación con la nena.

Y la verdad es que ya está. Como se puede ver, muy fácil, rápido y gracias a la epidural muchísimo menos doloroso de lo que yo me temía. Si he de ser sincera, el postparto me está resultando mil veces más molesto y puñetero que el parto en sí, y todo ello a pesar de tener una niña sana, hermosísima y encantadora que duerme y come bastante bien. Pero como dijo Michael Ende, esa es otra historia, y deberá ser contada en otra ocasión.

miércoles, 21 de mayo de 2014

A una semana de salir de cuentas, recapitulando...


Pues ya casi está. Dentro de una semana salgo de cuentas. Mi fecha probable de parto es el día 29 de Mayo, y aunque a dí de hoy desconozco si mi pequeña inquilina nacerá antes o después de la fecha prevista, sí puedo decir que ya estamos casi al final del camino. Un buen momento, creo yo, para recapitular y hacer reflexiones al respecto.

Lo primero que me viene a la cabeza es la advertencia que todas las mamás me dijeron a mí cuando me quedé embarazada, y es la pura verdad: el noveno mes se me está haciendo más pesado que todo el resto del embarazo junto. No es que me encuentre mal ni nada de eso, de hecho he tenido pocas molestias y sólo he engordado 6 kilos a lo largo de toda la gestación, pero sí es cierto que ahora, al final, me noto muy pesada, me canso con mucha facilidad, y tengo, en definitiva, montones de molestillas pequeñas que si se juntan todas acaban siendo un fastidio. Por fortuna, una se las toma con filosofía porque ya se sabe que (¡gracias a Dios!) estas cosas se acabarán una vez dé a luz.

La verdad es que no me puedo quejar. Me he librado de las complicaciones más chungas. No he tenido exceso de peso, ni hinchazón, ni demasiadas náuseas (sólo he vomitado tres veces en todo el embarazo, y las tres después de comer algo frito; de hecho supongo que mi poco aumento de peso y mi aborrecimiento visceral hacia cualquier cosa frita o grasienta están directamente relacionados). Tampoco he sufrido hipertensión, ni diabetes gestacional, ni anemia, ni síndrome del túnel carpiano, ni ninguna de esas cosas raras con las que amenazan los manuales y las webs sobre el embarazo.
Entonces, ¿qué tengo? Como ya he dicho, chorradas leves pero molestas, algunas fáciles de sobrellevar y otras muy puñeteras. A saber:

-Lo que los médicos llaman muy finamente "micción frecuente", y que yo, menos finalmente, llamo "ese condenado peso sobre mi vejiga que me hace sentir continuamente que estoy a punto de hacerme pipí encima": Pues sí, eso de tener un bebé de varios kilos saltando alegremente sobre la vejiga de la orina se nota. Vaya si se nota. Lo peor es que no hay más remedio que acostumbrarse a la sensación, porque luego vas al baño, sueltas dos gotitas, y al levantarte sigues teniendo la misma sensación que antes.
Grado de solucionabilidad: Bajo. No hay más huevos que fastidiarse, cambiar de postura y/o esperar a que la chiquitina le dé por cambiar de postura.
Grado de molestia: Medio-alto. Sobre todo cuando te estás meando de verdad.

-Insomnio: Sólo hasta cierto punto. En líneas generales duermo bien, de no ser por dos problemas: que me levanto unas dos o tres veces por la noche para ir al baño, y que me cuesta sobremanera encontrar una postura cómoda para dormir. La almohada entre las piernas, tan socorrida, es una ayuda inestimable; lo malo es que la mejor postura para dormir durante el embarazo es de costado, y estar toda la noche de costado a mí me da dolor de espalda. ¿Qué me pasa? Que me doy la vuelta. Y darme la vuelta, que es algo que generalmente he hecho sin despertame toda mi vida, ahora me despierta por culpa de la almohada en cuestión y del peso que tengo en la barriga. Generalmente aprovecho esos "despertares giratorios" para ir al cuarto de baño, y así mato dos pájaros de un tiro.
Grado de solucionabilidad: Variable, según la noche. Hay noches que me despierto cuatro veces y noches que las duermo enteras de un tirón.
Grado de molestia: Medio-bajo. Suelo tener capacidad de volverme a dormir relativamente rápido cada vez que me despierto.

-Hemorroides: Pues sí. El peso del bebé no sólo recae sobre la vejiga, sino sobre todo el suelo pélvico en general, y también sobre el intestino grueso. ¿Resultado? Estreñimiento y hemorroides, que nunca había tenido (o no al menos así) y que resultan condenadamente incómodas.
Grado de solucionabilidad: Medio. La verdad es que la pomada que me aconsejó el ginecólogo consigue desinflamar y calmar el asunto, pero las muy malditas siempre vuelven, como el turrón en Navidad. Una buena higiene es fundamental para combatirlas.
Grado de molestia: Medio-alto. Sólo recordad esos anuncios donde tantas pobre víctimas inocentes las sufren en silencio...

-Acidez: Y como además de presionar por debajo la nena presiona pro arriba, uno de los efectos colaterales es la acidez de estómago. Esto no hace falta que lo explique mucho porque creo que todos nosotros hemos tenido acidez en algún momento de nuestras vidas.
Grado de solucionabilidad: Alto. El medicamento que me recetó el ginecólogo funciona como un sortilegio; en menos de un minuto la acidez ha desapaercido.
Grado de molestia: Medio-alto, pero por fortuna si tengo las pastillas a mano nunca tengo que sorportarlo durante demasiado tiempo.

-Cansancio y pesadez: Siempre he dicho que quedarte embarazada es la mejor forma de practicar para cuando tengas ochenta años. Un paseo largo, excesivo sol, demasiado tiempo de pie o subir escaleras (es decir, cosas que yo antes aguantaba sin parpadear) me dejan literalmente agotada. Tengo que usar ascensor hasta para subir a un primer piso y agacharme a recoger algo del suelo me es práctiamente imposible, con eso lo he dicho todo.
Grado de solucionabilidad: Bajo. Supongo que es inevitable cuando llevas el equivalente a una bola de hormigón de cinco kilos adosada a la pared abdominal. Parir es la única manera de librarte de esto.
Grado de molestia: Alto. Es odioso sentirse como una inútil. Nunca en mi vida volveré a minusvalorar las molestias de las que tanto se quejan los ancianitos, lo juro. ¡Abuelos, tenéis mi solidaridad eterna!

-Estrías: ¡¡La puta maldición de embarazo!! Porque todas las demás molestas pasan al parir, pero esta no, queridos amigos, ¡¡estas putas vienen para quedarse, y se quedan!! Te crees a salvo de ellas porque no han aparecido en toda la gestación, y de repente, a finales del octavo mes, ves una junto al ombligo. Blasfemas en arameo, pero bueno, por lo menos sólo es una. Je, sí, sólo una... hasta que empieza a enviar whatsapps a sus colegas para que vengan y se unan a la fiesta.
Grado de solucionabilidad: Nulo. No hay manera humana de librarte de ellas una vez que salen, ni con cirugía estética. Y eso que yo lo he intentado todo, creedme, TODO: crema específica para estrías, crema Nivea ultra hidratante dos veces al día durante todo el embarazo, aceite de rosa mosqueta para cicatrizar y proteger la piel... ¡que si quieres arroz, Catalina! Es lo que pasa cuando tienes la piel fina y sensible, que ni haciéndole sacrificios rituales a Cthulhu te libras de ellas.
Grado de molestia: Extremo. Tengo el ombligo y sus alrededores como un mapa de carreteras. Y por lo menos las muy malditas se han concentrado sólo ahí y no se han extendido al resto de la barriga. Tocaremos madera porque la cosa que quede así.


¿Y aparte de este tema, algo más? Pues la verdad es que de estado de ánimo estoy bien. Aunque ya estoy impaciente porque la nena nazca cuanto antes, tanto para verle por fin la carita como para descansar de una vez (y dejar de recibir patadones en los momentos y lugares más inoportunos), intento tomármelo con calma y filosofía. La verdad es que de cara al parto estoy un poco nerviosa, porque con lo moñas que soy para el dolor no estoy muy segura de cómo lo voy a llevar, pero en fin, como dice mi abuela, no hay más que mirar un estadio de fútbol o una plaza de toros llenos hasta los topes y pensar "todas estas personas han nacido de madre". Si ellas pudieron, yo también podré, ¿no? :-)

lunes, 28 de abril de 2014

Ventajas de estar embarazada


Sí, todos sabemos que en el embarazo se pueden sufrir algunas molestias físicas, pero, ¿por qué se habla tan poco de las cosas buenas de estar embarazada? Aparte de lo obvio (tener un hijo, convertirte en madre, crecer como persona, etc), el embarazo en sí tiene algunas ventajas interesantes (que algunas de mis amigas definen como "tener carné de embarazada"), que vale la pena enumerar:

1) Te dejan pasar gratis a los sitios y te hacen descuentos por la cara: Estas Fallas, he entrado gratis o con descuento por la cara en todos los monumentos de Sección Especial que he visitado menos en uno. Y hace poco, al verme la tripa me rebajaron a la mitad una multa de aparcamiento (que encima los locales no deberían haberme puesto, pero esa ya es otra cuestión). En algunos bares hasta te invitan a una consumición (sin alcohol, por supuesto) ^^

2) Te puedes sentar en los reservados del transporte público: No voy a decir que la gente te cede el asiento, porque es mentira (de hecho, las únicas que me ceden en asiento en el autobús son las señoras mayores, y me da apuro que se levante una pobre abuelita para sentarme yo; en cambio, los hombres y mujeres jóvenes y los adolescentes me ven, miran hacia otro lado y silban, los muy maleducados). Sin embargo, al menos tienes la ventaja de que puedes usar los asientos reservados sin que nadie te mire mal.

3) Puedes llorar, reírte a carcajadas y ponerte todo lo emocional que quieras: A veces, tenemos un día malo o nos da la risa histérica y tenemos que tragárnoslo con patatas para no parecer neuróticas. Si estás embarazada, no. Con aquello de las hormonas, puedes enfadarte o llorar lo que te dé la gana, ¡y encima recibes ración extra de mimitos!

4) Puedes comer lo que te dé la gana: Evidentemente hay que controlar si no queremos acabar hechas una bola. Pero estando embarazada te puedes olvidar de dietas y restricciones durante nueve meses (excepto cuando el médico te prohíbe comer algo, claro), y encima si algo te apetece muuuucho mucho mucho, puedes mandar al padre de la criatura a comprarlo a toda velocidad, porque claro, es un antojo ;-)

5) Puedes presumir de barriga: ¡¡Esto es genial!! ¡Abajo la tiranía de la moda! Si tienes la suerte de tener el tipo "boa constrictor" (para entendernos, que sólo engordas de pecho y tripa pero el resto de tu cuerpo permanece razonablemente delgado), puedes llevar ropa ajustada y presumir de tu lustrosa barriga. No sólo nadie espera que tengas el vientre plano, sino que todo el mundo elogia tu tripita y hasta la envidia :-D

6) Tratamiento de belleza gratis: Y es que la piel y el pelo, en algunos casos, mejora mucho con el embarazo. Tienes la piel más radiante y reluciente, y el pelo se cae menos y crece más. Ojo con esto último: suele tener efecto rebote inverso después de dar a luz, así que a partir del último mes es buena idea ir usando un champú anti caída por si acaso.

7) Te llevan a todas partes y no te dejan cargar peso: Es bueno hacer ejercicio físico estando embarazada, pero sin pasarse. Tener una tripa tan enorme cansa bastante y no conviene hacer esfuerzos ni forzar la espalda, de modo que mientras estés embarazada acostúmbrate a tener chófer, ¡y olvídate de cargar bolsas!

8) La ilusión de prepararlo todo: Es muy divertido preparar la nueva habitación para el bebé, elegir el color de las paredes, las cortinas, comprar la ropita y los complementos... de hecho, a poco que tengas una familia numerosa lo más caro te lo prestan o te lo regalan, así que tampoco es un gasto excesivo.

9) La creatividad sexual: Algunos me mirarán raro, pero es cierto. Cuando estás embarazada, la vida sexual cambia... pero no tiene por qué ser a peor. Es un buen momento para probar nuevas posturas, nuevas caricias, y encima como nos llega más sangre a los genitales y los tenemos más sensibles, el orgasmo es más fácil de alcanzar y más intenso. No hay que tenerle miedo al sexo durante el embarazo; el bebé ni se entera y mientras no haya riesgos y el médico no diga lo contrario se pueden tener relaciones sexuales hasta el último día. ¡De hecho, es un buen modo de fortalecer el suelo pélvico de cara al parto!

Estas son todas las ventajas que se me ocurren ahora, ¡y seguro que hay más! :-)

miércoles, 12 de marzo de 2014

Cursillo, despistes y un par de mascletás

La cosa va hacia delante. Ya estamos en la semana 29, ha comenzado el tercer trimestre, y con él los cursillos de preparación al parto :-)
Empecé el miércoles pasado y hoy tengo la segunda clase. Las imparte un ginecólogo estupendo, muy comunicativo y con un gran sentido del humor, y constan de una hora de prática, donde aprendemos a hacer ejercicios básicos para reforzar los pectorales y el suelo pélvico, a respirar, a empujar..., y una hora teórica, a la que acuden también los futuros papás y que se pasa volando.
Hacer estos cursillos obviamente no es obligatorio, pero desde aquí desearía recomendarlos a todas las futuras mamás que me lean; no sólo son súper instructivos y te diviertes un montón, sino que además conoces a otras parejas de tu edad e intercambias experiencias con otras chicas embarazadas, lo cual es muy interesante.

La niña ya está grande (casi un kilo y medio, me dijo el ginecólogo el lunes cuando fui a la revisión mensual), y se nota: las patadas y los meneos son cada vez más frecuentes. Curiosamente, dicen que cuando los fetos más se mueven es después de comer, sobre todo si has comido dulce, pero en mi caso no hay nada que anime más a mi niña que una partida de rol con sesión de combate incluida: el domingo pasado jugamos una, y las patadas eran de órdago. ¡Casi parecía querer salir a luchar con su mamá! :-D

Como algunos de mis lectores ya saben, yo vivo en Valencia, y en mi tierra por estas fechas hay una cita clásica para todos los valencianos: la mascletá. He oído mil opiniones diferentes sobre mascletá y embarazo, y las hay para todos los gustos: que si no pasa nada, que si mejor desde una distancia prudencial, que si el feto se asusta, que si se puede romper la bolsa... Personalmente, he estado preguntando y todas las madres que conozco, incluida la mía, fueron a ver mascletás durante el embarazo sin que hubiera ningún problema, de modo que yo me he liado la manta a la cabeza y ya he ido a dos. No las he visto tan de cerca como de costumbre, aunque he de reconocer que ha sido más por llegar con el tiempo justo, cuando ya estaba todo lleno de gente y no se podía pasar, que por miedo. ¿Y cuál ha sido el resultado? Pues estoy como una rosa, no he tenido ningún problema... ¡y la nena ni se ha inmutado! Ni un sobresalto, ni una patada, ni un movimiento... Nada. Se ve que estaba dormida, y ni los masclets más potentes han sido capaces de inquietarla. En esto no se diferencia demasiado de la mayoría de bebés y niños que van a ver la mascletá con sus padres: impertérritos, algunos muy chiquitines ni abren los ojos, y muchos se ríen y aplauden.
Todo esto me ha hecho llegar a una conclusión importante: que, la mayor parte de las veces, las filias y las fobias de los niños son las de sus padres. Si la madre va a una mascletá con miedo y se sobresalta, el feto se sobresaltará. Si a los padres les dan miedo los petardos, el bebé crecerá con miedo a los petardos y llorará cuando escuche una mascletá. Por eso creo que es muy importante no transmitir nuestros miedos a los niños, porque no hacemos más que perpetuar unas fobias personales nuestras que a ellos no les hacen ninguna falta. Y si el niño o la niña en cuestión viven en Valencia o alrededores, se hace más importante que nunca intentar que no le tengan miedo a los petardos, porque si no lo van a pasar realmente mal.

Y, como las Fallas Are Coming, este año voy a ver si puedo ver los monumentos de Sección Especial en dos días, porque tengo muy claro que con mi tripaza las panzadas de andar que me he pegado otros años no van a ser posibles éste. De lo que sí me he tenido que despedir es de vestirme de fallera este año, porque ninguno de mis trajes tiene la menor posibilidad de caberme. ¡Pero el año que viene proyecto haber recuperado mi figura y salir a la Ofrenda a llevarle flores a la Virgen de los Desamparados empujando el carro de una pequeña fallerita! :-D

miércoles, 26 de febrero de 2014

No, no quiero un parto natural


Sé que voy a contracorriente de lo que se puede leer en el 99% de los blogs acerca de la maternidad, pero ahora que estoy a punto de entrar en el tercer trimestre y hay que ir preparándose para la recta final, si algo tengo claro es esto: no quiero un parto natural. Quiero que me pongan la epidural lo antes posible, que me enchufen la oxitocina que consideren necesaria y que, en caso de que haya el más mínimo peligro para mí o para mi hija, que me hagan una cesárea.
¿Y por qué quiero esto? Pues mirad, como argumentos en favor del parto natural (es decir, sin anestesia, sin oxitocina, y como te descuides y hagas caso a las más radicales, en casa y con una doula) podéis leer a cientos en otros blogs, yo quiero explicar aquí por qué no me pienso apuntar a esa moda.

1) Quiero la epidural. Resulta que yo, tan chula que se me ve aquí, tengo una tolerancia al dolor bastante baja. Con "bastante baja" quiero decir, por ejemplo, que mi cuerpo tiene un umbral del dolor tan bajo que me dan bajones de tensión y me desmayo cada vez que me tuerzo un tobillo. Todos los esguinces que me he hecho en los últimos 10 años (más de los que me gustaría) han ido seguidos de un mareo intenso y un desmayo casi instantáneo. Si por un vulgar torcedura me pasa eso, no quiero ni imaginar cómo podría reaccionar mi cuerpo cuando lleguen las contracciones en serio. Todo esto, por supuesto, al margen de que no me da la santa gana sufrir cuando existen medios para poder evitarlo. ¿Acaso cuando la gente va al dentista a sacarse una muela le dice al odontólogo "no, mira, mejor no me pongas anestesia, quiero una extracción natural"? Pues esto es exactamente lo mismo. No soy especialmente masoquista ni creo que para ser una buena madre haya que sufrir como una jabata para parir a mi bebé. Suficiente dolor hay que pasar en esta vida sin quererlo como para no ahorrarnos un poco cuando podemos evitarlo. Por algo la Reina Victoria, una de las primeras mujeres del mundo en parir con anestesia, otorgó al doctor John Snow (que en este caso sí sabía algo) el título de caballero como agradecimiento a sus servicios.

2) No me opongo a la oxitocina. Si hay algo que no me apetece demasiado, es tirarme doce, veinticuatro o incluso más horas dilatando, lo cual no siempre sucede pero entra dentro de lo posible, sobre todo en el caso de usar la epidural, que a veces puede ralentizar un poco el asunto. Evidentemente este es uno de los casos en los que yo, a diferencia de muchas señoras, me pienso fiar del criterio médico de los profesionales que me asistan. Me explico: yo, alma cándida, no he estudiado la carrera de Medicina. Las personas que van a atenderme, sí. Por eso, aunque obviamente lo ideal es que mi cuerpo dilate a su ritmo y que no haga falta ponerme un gotero de oxitocina sinténtica, si mi ginecólogo decide que el parto está yendo demasiado lento y que es necesario ponérmela, pues que me la ponga un punto. No me va a hacer mal a mí, no le va a hacer mal a mi hija, ¿por qué puñetas voy a negarme? ¿Porque me apetece dilatar durante 30 horas, ocupando tiempo y recursos médicos, cansándome yo y con la niña sin salir, porque así todo es más natural? Pues va a ser que no. Que decida mi ginecólogo, que por algo tiene un título de Medicina con especialidad en Ginecología y Obstetricia y cuarenta años de experiencia.

3) Si tienen que hacerme cesárea, que me la hagan. Vamos a hablar claro: a nadie le gusta que le abran en canal. A mí tampoco; ya he dicho que no tengo vena masoquista ni me gusta la idea de sufrir dolor, y tengo entendido que el post operatorio de la cesárea es más largo y más chungo que el del parto vaginal. Y, por supuesto, yo preferiría parir de manera normal, en plan empuja una vez más que ya se le ve la cabecita, y esas cosas. Pero voy a remitirme al punto anterior, me fío del criterio de los profesionales que van a atenderme, no de mis propias preferencias, y menos si supone un riesgo para mi salud o la de mi hija.
Tal vez aquí deba hacer un apunte: como Procurador de los Tribunales que soy, he llevado asuntos de derecho médico. Algunos de ellos han sido reclamaciones o querellas contra ginecólogos que han interpuesto mujeres durante cuyos partos, por desgracia, hubo complicaciones: sufrimiento fetal, hipoxia... y niño tonto o fallecido como resultado. La primera pregunta que los abogados, en los juicios, hacían a los testigos y a los peritos, era siempre la misma: "¿Por qué no se practicó antes la cesárea, que podría haber evitado los daños?". Y qué queréis que os diga, esas cosas como que se te quedan. Así que, si el día en que yo me ponga de parto el médico me dice que tengo cualquier complicación, o cualquier peligro, por mínimo que sea, que haga recomendable realizar una cesárea por si acaso, no voy a negarme en absoluto a que me la hagan. Porque, por mucho que yo prefiera la idea de un parto vaginal, no estoy dispuesta a permitir que mi salud o la de mi hija corran el más mínimo riesgo. Lo que quiero yo es tener una niña sana y estar sana yo también para criarla, y si para eso tengo que renunciar a un "parto natural", el parto natural se puede ir a tomar por el saco.

4) Prefiero una episiotomía a un desgarro. No me seduce la idea de que me rajen el perineo. Pero me seduce mucho menos la idea de que el perineo se me desgarre de una manera incontrolada en medio del parto. Vuelta a la eterna cuestión: el médico sabe más que yo; si el médico dice que es mejor hacer una episiotomía, que me la haga y en paz. Al menos de esa manera se controla cómo y dónde se realiza el corte, minimizando la aparición de secuelas dolorosas y molestas como la infección o la incontinencia, ya que es de lógica que el médico hace la episio en el lugar que menos va a perjudicar a la paciente.

No, no quiero un parto natural. Un parto natural es lo que tenían las mujeres en la Edad Media, que daban a luz en casa sin anestesia, sin asepsia, con sábanas blancas, agua caliente, la comadrona al lado, y una tasa de mortalidad cercana al 50%. Un parto natural es lo que tuvieron Isabel de Braganza, Mumaz Mahal, Jane Seymour, Isabel de Valois y Constanza de Portugal, todas ellas reinas que murieron por complicaciones en el parto, y que si hubieran tenido a su disposición los medios de los que yo y las demás mujeres disponemos hoy, habrían sobrevivido para cuidar a sus hijos y verlos crecer. Me hubiera gustado a mí saber lo que habrían dicho estas reinas, al igual que todas las infortunadas que corrieron su misma suerte a lo largo de la Historia, si alguien hubiera puesto a su alcance los medios de los que disponemos hoy y luego les hubiera preguntado si no preferían mejor un "parto natural".
Así que de parto natural, nada, gracias. Cuando quiera experimentar algo natural en compañía de mi hija, me la llevaré al campo a corretear entre los pinos y a beber zumos de fruta ecológica, que están muy ricos. Cuando es la salud, la vida, lo que está en juego, no quiero a mi lado a Mamá Naturaleza: a quien quiero a mi lado es al médico, a la comadrona, al anestesista, y todo ello dentro de un bonito hospital con asepsia, oxitocina, epidural, instrumental esterilizado y monitorización constante para mí y para la niña, con todos los medios a mi alcance para paliar de inmediato cualquier problema que se pueda dar.
Vida sólo tenemos una, y la salud de nuestros hijos es más importante que nuestras manías por experimentar un "parto natural no instrumentalizado". En mi caso, los experimentos, mejor con gaseosa.

lunes, 10 de febrero de 2014

¡Y llegó el test de O'Sullivan!


Cuando las señoras embarazadas llegamos a las 25 semanas, más o menos, el ginecólogo nos suele pedir que nos hagamos la prueba de la glucosa, llamada también test de O'Sullivan. Esta prueba sirve básicamente para saber si estás desarrollando diabetes gestacional, y aunque antes sólo se le hacía a embarazadas obesas mayores de 35 años, o con antecedentes de diabetes en gestaciones anteriores, ahora nos la hacen a todas porque somos así de guays.

En mi caso, el ginecólogo ha sido simpático y además de pedirme el O'Sullivan también ha pedido la analítica completa del segundo trimestre. Lo bueno de esto es que me hacen todo el seguimiento general por el precio de un pinchazo, lo malo es que he tenido que ir a hacerme el test en ayunas.
La cosa no pasaría de lo anecdótico de no ser por dos detalles: uno, en esta analítica te tienen que pinchar no una sino DOS veces. Sí señor, dos banderillas, una en cada brazo, al más puro estilo Mihura, y porque no tengo más brazos. La segunda, es que entre la primera y la segunda banderilla tienes que beberte una simpática solución de 50 gramos de glucosa líquida que es EL MAL.


El Tarro del Mal. No os fiéis de su apariencia inocente; se me está revolviendo el estómago con sólo volver a verlo. Y sé que no soy la única.

Sí señores, EL MAL. Todas mis amigas embarazadas me habían hablado horrores de la dichosa glucosa, pero yo me fui para el practicante pensando "bah, no será para tanto". Y al principio no lo era. Un frasquito inocente, de líquido color anaranjado. Sin apenas olor. Entraba fácil, me lo dieron nada más hacerme la primera extracción de sangre y me lo bebí en pocos tragos, y mientras lo hacía, pensaba "pues no es tan asqueroso como decía la gente".
Ilusa de mí.
Porque mientras me lo estaba bebiendo no, no era tan malo. Pero fue llegarme al estómago y convertirse en una especie de marejada gruesa que me lo empezó a revolver por todos los lados. Era como si las tripas me estuvieran diciendo: "eh, nena, ¿qué mierda de mejunje acabas de tragarte? Lo queremos fuera pero YA".
Evidentemente, yo no podía ceder ante ese chantaje porque si llego a potar la glucosa tendrían que haberme repetido la prueba, y si hay algo que me dé mal rollo son las agujas. Especialmente las que tienen como destino clavarse en mis venas. Así que respiré hondo, me senté en el sofá de la sala de espera y me dispuse a esperar la hora de rigor (al final fue una hora y veinte), y algo mareada y con náuseas, saqué la novela histórica que había tenido la precaución de llevarme y gracias a Justiniano, Constantinopla y la revuelta de Nika conseguí evadirme un poco de la marejadilla que revoloteaba por mis tripas.
Luego, segundo pinchazo (más doloroso que el anterior, por cierto), y visita exprés a casa de mi madre, que quedaba cerca, donde pude romper el ayuno y quitarme el asqueroso sabor a mejunje de glucosa de la boca con un mini-bocadillo de queso.

¿Y qué conclusiones saco de esta prueba? Algunos consejillos que compartir con las embarazadas que vayan a hacerse esta cosa:

-Lo primero, chicas, consultad todas vuestras dudas con el ginecólogo. Dependiendo de las analíticas que os haya pedido en el volante, tendréis que ir o no en ayunas, y eso sólo os lo puede decir él. He alucinado al buscar información sobre el test de O'Sullivan en internet y encontrar foros donde las foristas se preguntaban alegremente las unas a las otras sobre si al O'Sullivan había que ir o no en ayunas. Me dieron ganas de registrarme sólo para escribir: "¿y por qué no le preguntáis al médico en lugar de preguntar en un foro, inútiles?". Porque digo yo que si el ginecólogo es quien te ha pedido el análisis y quien te está tratando es quien mejor va a saber si debes o no debes ir en ayunas, so berzotas. Anda, déjate de foros y llama al médico para preguntarle, o mejor aún, acuérdate de plantearle ese tipo de dudas cuando estés en la consulta.

-El mejunje es asqueroso, a pesar de su apariencia inofensiva. Un buen libro, que te ayude a evadirte, es la mejor prevención que he encontrado para enfrentarte a la náuseas que produce tenerlo en el estómago. Ni se os ocurra ir sin material de distracción a la consulta porque luego vais a tener que esperar quietecitas entre hora y hora y media para la segunda extracción, y eso es muucho tiempo para comerte la cabeza sobre el asco que te da lo que te acabas de beber y lo bien que estaría vomitarlo.

-Este último consejo me lo dio el médico que me pinchó: cuando por fin salgáis de la clínica y os vayáis a desayunar, comed lo que queráis, pero despacio. Muuuy despacio. Porque si con el hambre que da no haber desayunado te lanzas sobre el desayuno en plan Carpanta, tienes muchas posibilidades de que te siente mal y acabes potando lo que no potaste en la clínica. Así que ya sabéis: bocados pequeños, mucho masticar y a tragar sin ansias. Y si es posible, dejad para otra ocasión la cafeína y los zumos ácidos.

domingo, 2 de febrero de 2014

¿Embarazada? ¿Y qué vas a hacer con tus mascotas?


Pues lo mismo que hago siempre: quererlas, cuidarlas y protegerlas.
Este tema me resulta cabreante. Lo hubiera incluido en las 10 cosas que no deberías decirle a una mujer embarazada, de no ser porque creí que merecía una entrada aparte. Todas las personas que tenemos mascotas debemos soportar que nos miren con una mueca de extrañeza, superioridad o desprecio cuando nos quedamos embarazadas y optamos por seguir manteniendo a nuestros fieles amigos en casa.
¿Perros? ¡Estás loca, le cogerán celos al bebé e intentarán matarlo! ¿Gatos? ¡Estás loca, puede asfixiar al bebé o arañarle, y transmiten la toxoplasmosis! ¿¿Ratas?? ¡¡Estás loca, las ratas son animales sucios que transmiten la Peste y morderán al bebé!!
La última es la que me ha tocado a mí, pero tengo amigas con gatos y perros que también se han tenido que oír las anteriores.
Bien, en primer lugar, ciertas puntualizaciones sobre las mascotas:

-Los perros no son agresivos ni celosos por naturaleza. Su comportamiento depende del amo que los eduque. Un perro bien educado entiende que el bebé es la cría de sus amos y muchas veces se toma como una misión personal proteger al recién nacido y hacer guardia junto a su cuna. Además, los perros bien educados y de buen carácter soportan con paciencia los juegos de los niños porque entienden que son cachorros y están jugando con ellos.

-Los gatos, por lo general, tienden a huir de bebé juguetón, no a hacerle daño. Y respecto a la toxoplasmosis, para que la embarazada no se contagie basta con tomar unas precauciones elementales, como no alimentar al gato con carne cruda, no dejarle salir a la calle y que otra persona se encargue de recoger las heces y limpiar el esquinero.

-Las ratas, al contrario de lo que mucha gente piensa, no nacen siendo portadoras de la plaga. Son exactamente iguales al resto de los mamíferos, es decir, para transmitir un parásito o una enfermedad a los seres humanos tienen que contraerlos ellas primero. Y no es lo mismo una rata doméstica, nacida en cautividad y acostumbrada al ser humano, que una rata de alcantarilla, del mismo modo que no es lo mismo comprar un gato en la tienda de animales de la esquina que recogerlo en la calle. Eso al margen de que las ratas (a diferencia de perros y gatos, dicho sea de paso) no son depredadores sino presas naturales, y por lo tanto si sienten miedo o recelo su reacción natural es huir y esconderse, no morder ni atacar.

Dejando al margen las consideraciones específicas de cada animal, hablemos en términos más generales:

-Es de sentido común no dejar al bebé con la/s mascota/s sin supervisión. No sólo por el bien de bebé sino por el bien de las mascotas, ya que ambos, en un intento de jugar o conocerse mejor, puede hacer daño accidentalmente al otro. En este sentido, creo que salen peor paradas las mascotas, porque los bebés tienen muy pocos miramientos en agarrarlas, tirarles de los pelos, las orejas o el rabo, o pegarles manotazos. Las madres con mascotas no somos ningunas irresponsables y sabemos que no debemos dejar a los niños y a los animales juntos sin ser vigilados.

-Por supuesto, también sabemos que los recién nacidos no deben tocar a los animales ni recibir lametones, y en el caso de que eso ocurra de manera accidental, hay que lavar bien las manos o la cara del bebé con agua y jabón, del mismo modo que nosotras nos lavamos bien después de tocar a la mascota. Esta norma de higiene es, creo yo, fundamental, y rige para todo el mundo, tenga o no tenga hijos.

-Los propietarios responsables de mascotas cuidamos de su salud y las llevamos al veterinario. Mis ratas estás sanas, desparasitadas, les hago una revisión rutinaria casa 6 meses y si se ponen enfermas las llevo en seguida al centro de salud. Además, las enfermedades normales que puede tener una rata doméstica no son contagiosas para mí ni para mi bebé; tumores, micoplasma o infecciones de orina no son transmisibles a los humanos. Aprovecho para decir que las ratas, a diferencia de otros mamiferos, no transmiten la toxoplasmosis ni la rabia.

-La convivencia con una mascota sana y educada tiene múltiples beneficios para los bebés: Desarrollo de la empatía, (aprenden que los animales son seres vivos que sienten y sufren), pérdida de la timidez (relacionarse con las mascotas les ayudará en el futuro a relacionarse con sus semejantes), desarrollo de la responsabilidad (aprende desde pequeño que las mascotas son seres dependientes que necesitan que se hagan cargo de ellas), reducción de los celos en caso de que llegue un hermanito (ya están acostumbrados a que los padres repartan su tiempo y su cariño entre él y la mascota), mejoría de la salud y refuerzo del sistema inmunitario, previniendo la aparición de problemas como asma o alergias.

Personalmente, y teniendo en cuenta que con unas mínimas precauciones de vigilancia e higiene evitamos los posibles inconvenientes, creo que son mucho más útiles los beneficios que las mascotas producen en la salud y el carácter del bebé y de los padres. También creo que, si queremos tener hijos responsables, empáticos y comprometidos con la naturaleza y el medio ambiente, es importante enseñarles con nuestros actos desde pequeñitos que los animales tienen sentimientos y merecen respeto y atención, en lugar de tratarlos como objetos decorativos deshechables a los que podemos echar de casa en cuando empiezan a ser incómodos, ignorando sus necesidades y su sufirmiento.

viernes, 31 de enero de 2014

Lo que nadie me contó sobre el embarazo

Hay cosas que todos sabemos acerca del embarazo. Son, por así decirlo, vox populi: que si sueles tener náuseas y/o mareos en el primer trimestre, que si en el segundo te entra acidez, que si te pueden salir estrías como no te hidrates la barriga... todo eso, al menos, yo ya lo había oído. Pero, curiosamente, hay varias cosas que también son frecuentes cuando te quedas embarazada y sin embargo nadie me había hablado nunca de ellas, hasta que las he experimentado en mis propias carnes.
¿Sabíais que...?

-El síntoma más común de embarazo en el primer trimestre en mi caso no fueron las náuseas, sino morirme de sueño. Y al parecer es algo que le pasa a todo el mundo. Aunque tú te pases el día sentada, no hagas deporte y no tengas un trabajo especialmente pesado, el cuerpo se cansa mucho con eso de fabricar un bebé y tú lo notas. ¿Resultado? En el primer trimestre me iba cayendo de sueño por las esquinas, estaba cansada todo el tiempo y dormía (y sigo durmiendo) una media de diez horas diarias. Ahora que estoy de veintitrés semanas ya no noto tanto el cansancio, pero aún así me entra sueño muy pronto y necesito dormir mucho.

-Todo el mundo cree que a las embarazadas les dan ataques de hambre y antojos extraños... bueno, pues en mi caso (y en otros muchos casos) es a la inversa: he perdido bastante apetito y he aborrecido cosas que antes me encantaban. Y la cosa fue aún más sonada en el primer trimestre. No he tenido prácticamente ningún antojo (a excepción de un día que me volví loca por comer Cheetos y acabé con seis bolsitas pequeñas yo solita), pero sí he aborrecido alimentos como los plátanos y el maíz dulce, que me encantaban. Otra cosa que no puedo soportar son los alimentos fritos y grasientos: cualquier cosa que esté frita, rebozada, aceitosa, gratinada con mucho queso... me provoca náuseas inmediatas. El olor a frito ya me revuelve el estómago, la mera visión de una croqueta, un calamar a la romana o un rebozado me hace girar la cara con asco, y las dos únicas vomitonas que he tenido hasta ahora fueron por comer una ración de pescaditos rebozados y por comer un bocadillo que contenía pimiento frito, respectivamente. Eso, sumado al punto de la pérdida de apetito, nos lleva a...

-En los primeros meses de embarazo, es igual de común perder peso que ganarlo. Pues sí, porque yo, amable lector, perdí dos kilos durante el primer trimestre. Es cierto que, según dicen, lo normal es ganar un kilo por mes cuando te quedas embarazada, pero lo que nadie te cuenta es que esa suma se hace al final, y no va creciendo aritmética sino exponencialmente. Vamos, que es fácil que en los primeros tres o cuatro meses no ganes ni un gramo, o incluso pierdas peso. ¿Por qué? Por dos motivos: primero, si se te va el apetito o vomitas mucho lógicamente adelgazas. Segundo, esos kilos que ganas durante el embarazo (de nueve a doce es lo normal) no son tuyos, sino del bebé y los accesorios (placenta, líquido amniótico, crecimiento de los pechos y el útero, retención de líquido, aumento del volúmen sanguíneo...), y lo normal es que el subidón de kilos ocurra a partir del segundo trimestre y sobre todo en el tecero.

-Y hablando de subidones, lo que yo he tenido ha sido un subidón de autoestima. Pues sí, porque he podido constatar que el embarazo muchas veces aumenta la belleza femenina. El pelo luce más brillante, la piel tiene mejor aspecto (ahí tengo yo la suerte de que no me han salido manchas ni granitos, algo que sí le ocurre a otras embarazadas, sobre todo en verano cuando hace calor y pega más el sol), y encima (redoble de tambores, por favor), ¡¡es el único momento de nuestra vida en el que las mujeres podemos PRESUMIR DE BARRIGA!! Sí, señores, se acabó la tiranía del vientre plano. ¡¡Arriba las curvas!! Lo mejor es cuando eras ya delgada de antes o cuando, como en mi caso, pierdes peso en el primer trimestre y se te estiliza la figura. Entonces adoptas lo que yo llamo la silueta de la boa constrictor, que básicamente es tener cara, piernas, brazos y trasero aceptables o incluso esbeltos, y la barriga y los pechotes bien hermosos. En lugar de optar por prendas tipo mesa-camilla, lo que mola llegados a este punto es ponerte unos tejanos o unas mallas de premamá, una camiseta o un jersey ceñido, ¡y a presumir de tripita! Lo dicho, subidón de autoestima :-D

-Ocurre un fenómeno muy curioso con las embrazadas, sobre todo si son guapas: si habitualmente despiertan la admiración del sexo masculino y el recelo del femenino, de repente ocurre a la inversa. Los hombres (salvo los que te conocen, obviamente) empiezan a mirar a través de ti como si no existieras, mientras que todas las mujeres son súper amigables y te aceptan con una sonrisa y una actitud de complicidad. Supongo que a este fenómeno se le puede encontrar una explicación evolutiva, aunque sea inconsciente: los machos no te ven como hembra deseable y fertilizable porque saben que estás preñada de otro macho, y las hembras no te perciben como un peligro o una competencia para sus parejas o ligues potenciales por ese mismo motivo. Además, también cuenta la solidaridad femenina que nos sale a todas cuando vemos a una de nuestras "hermanas" esperando un bebé; una solidaridad que a los tíos les trae más al pairo, quizás porque no tienen tanto instinto maternal.

-Lo de los cambios de humor y la sensibilidad a flor de piel lo sabemos todos, pero, ¿a que no sabíais que otra de las consecuencias del baile hormonal es tener sueños extraños? Y mira que yo de normal tengo sueños rarísimos y suelo acordarme de la mayoría de ellos, pero ahora el fenómeno se ha intensificado: sueño más, las emociones durante los sueños son mucho más intensas (mis pesadillas acojonan MUCHO), las imágenes y colores son más vívidos, y los sueños se recuerdan mucho mejor y con más frecuencia. Esto, por supuesto, tiene una doble consecuencia: si sueñas algo bonito te despiertas de un humor excelente, pero como tengas un sueño chungo, sigues rayada durante el resto del día.


Y, de momento, estas son todas las cosas "raras" que se me ocurren. Ya actualizaré la entrada si caigo en alguna más. Algo que me encantaría, si alguna mamá o algún papá lee este blog, sería que compartiera e los comentarios sus propias experiencias inusuales del embarazo. También los chicos, que seguro que eso de ser papás, o futuros papás, os cambia la perspectiva de las cosas ;-)

martes, 28 de enero de 2014

10 Cosas que NO deberías decirle a una mujer embarazada


A las embarazadas, muchas veces, nos felicitan con una sonrisa en la cara pero por dentro nos envidian, nos desprecian o nos tienen pena. Es un hecho. Porque si no, no me explico la cantidad de veces que tenemos que oírnos estos comentarios, que destilan la suficiente mala leche como para que sean malintencionados. Es curiosa (y preocupante) la cantidad de gente a la que le encanta llamarte gorda, te da consejos que no has pedido o te cuenta historias para no dormir. Y yo me pregunto, ¿por qué lo hacen? ¿Les parece divertido o algo así? ¿Por qué no miden sus palabras antes de soltarlas, como suelen hacer las personas educadas y civilizadas en las conversaciones cordiales?
Sea como sea, aquí vienen las mejores (o peores, según se mire) perlas que nos toca oír. La mayoría me las han soltado a mí en persona, otras se las han tenido que comer amigas mías que están embarazadas o lo han estado recientemente. Queridos lectores, os lo suplico: si conocéis a alguna mujer embarazada, no le digáis estas cosas, a no ser que sea vuestra peor enemiga, la fresca que os ha levantado al novio, o la niña mala y repipi que os tiraba de las trenzas en el colegio.


1)  Ah, ¿estás embarazada? Pues no te lo había notado. Al parecer, crees que esta tripaza yo la he tenido siempre, ¿no?Una manera muy sutil de llamarme gorda.

2) ¡Uy, qué gorda estás! ¿No serán gemelos? Una manera mucho menos sutil y mucho más insultante de llamarme gorda.

3) Uf, pues aún te queda lo peor... Gracias por los ánimos, chata.

4) Mi prima tuvo un desprendimiento de placenta en medio del parto y tuvieron que hacerle una cesárea de urgencia sin anestesia y casi se muere. Me alegra mucho saberlo; a las embarazadas nos encanta oír historias de terror acerca de partos sangrientos y difíciles con madres muertas y niños nacidos con problemas, es justo lo que necesitamos para vivir nuestra gestación felices y tranquilas.

5) Aprovecha para dormir ahora que puedes, que se te acaba lo bueno. De nuevo... gracias por los ánimos, chata.

6) Pues si yo pudiera retroceder en el tiempo, no tendría hijos. ¡Son unos desagradecidos! ¡Que dejéis ya de darme tantos ánimos, joder! Bastante vértigo da esto de convertirse en madre para que encima nos estéis comiendo la cabeza sobre lo bien que estamos ahora y lo agobiadas que estaremos después. Ya sabemos que criar a un niño no va a ser tarea fácil; por eso precisamente lo que necesitamos oír es lo bueno del asunto, que con lo malo que podría pasar ya nos comemos lo suficiente la cabeza.

7) ¿Sabes que se ha terminado tu vida sexual, no? Además los hijos ya no te dejan tener vida de pareja. No sé qué tiene más este comentario: envidia o mala hostia. Al margen de que supongo que dependerá de cómo te lo montes para compatibilizar las facetas de madre y esposa; vamos, digo yo.

8)  ¿Y para cuándo el hermanito? ¡Déjame tener a éste primero, so agobiante, y ya veremos después si hay hermanos, no los hay, y en caso de haberlos cuántos y cuándo los hay!

9) A mi amiga le salieron estrías y se le quedaron los pechos caídos. Gracias por los ánimos, zorra. ¿Cuántas veces lo he dicho ya?

10) Supongo que vas a darle el pecho, ¿no? Porque el biberón es malísimo y bla, bla, bla. No necesito que la Liga de la Leche me dé un discurso sobre la lactancia materna. Si estoy a favor, vas a predicar a conversos. Si no lo estoy, vas a meterte donde no te llaman. Absteneros de dar consejos si no os los piden.

domingo, 26 de enero de 2014

Presentación y vida de mi garbanzo :-)


¡Hola, soy Estelwen Ancálimë! Tal vez me recuerden de blogs como La Luz de Valinor (también conocido como "¡wee, una nueva crítica de Juego de Tronos!", "meh, otra crítica literaria", o "esta tía no se calla sus opiniones políticamente incorrectas ni debajo del agua". Por supuesto, si no lo conocéis aún, estáis invitados a pasaros por allí y uniros a mi ferviente ejército de enemigos seguidores, pero este blog en concreto no va de eso. No lo he creado para hablar de frikadas, ni de política, ni de cine/literatura/rol, etc. Lo he creado exclusivamente para que sea una ventanita abierta al mundo desde la que hablar de lo más importante que ha sucedido en el mundo desde que Peter Jackson decidió filmar la trilogía de El Señor de los Anillos: ¡mi próxima maternidad! :-)

Todo sucedió una sexy y alocada noche de principios de Septiembre... no, esperad, mejor nos saltamos esa parte. Vayamos directamente al día 27 de Septiembre de 2013, a las siete y pico de la mañana. Un viernes cualquiera que habría sido un día ordinario de no ser porque antes de que mi señor esposo se fuera a trabajar me hice el test de embarazo, ¡y salió positivo!
No es que fuera exactamente una sorpresa, porque estábamos buscando el embarazo, yo llevaba un retraso en la regla de una semana, y además estaba comenzando a notar los pechos extrañamente sensibles, ante lo cual mi madre ya dio el veredicto ("¡estás preñada, seguro!"), y más o menos ya nos lo esperábamos cuando me hice el test. Aún así, fue una alegría enorme.

Breve resumen de lo acontecido hasta la fecha:

-Lo primero, llamar por teléfono a mi ginecólogo (es de seguro privado), que lleva siendo el mismo desde que me vino la primera regla a los 12 años, es amigo de la familia y me conoce de toda la vida. Me dio cita para un par de semanas más tarde, lo que vendría a ser la séptima semana de embarazo. Hasta entonces, el plan era decírselo a mis padres, a mis suegros, a nuestros hermanos respectivos, y a nadie más por si acaso, pero mi adorado padre se fue de la lengua y acabó contándoselo a media Valencia.

-Primera ecografía, la de las siete semanas. ¡El embrión es viable! En el ecógrafo sólo parecía una diminuta habichuelita, casi sin forma, pero ya pudimos escuchar los latidos de su corazón. Admito que se me llenaron los ojos de lágrimas.

-Uy, pues parece que empiezo a tener náuseas... y una desconcertante falta de apetito. No pasa nada; el médico me recetó un medicamento especial y pude tener las náuseas controladas durante todo el primer trimestre.

-Me siento cansadíiiisima, y necesito dormir varias horas más que antes. Según me explicaron, eso de sentirte de repente como una seta es bastante normal en el embarazo. Pues para ser tan normal, no se lo había oído antes a nadie...

-Segunda ecografía, la de la semana 12. Todo seguía bien. Pudimos ver ya la formita de bebé del feto. Por estas fechas tocó hacerse el famoso screening del primer trimestre, que básicamente consiste en una ecografía especial y un análisis de sangre, que combinados revelan si el feto corre riesgos de presentar alguna malformación o alteración cromosómica. Afortunadamente, los análisis salieron bien :-)

-Se me fueron desarrollando manías alimentarias raras: por ejemplo, aborrecí completamente los plátanos, que siempre me han encantado, y descubrí además que el bebé es fan de la comida sana, porque también he aborrecido los fritos, los rebozados, los gratinados, y todo tipo de comida aceitosa y grasienta. Me basta ver un calamar a la romana, una croqueta o una empanadilla frita para sentir náuseas. De hecho, las dos únicas vomitonas que he tenido hasta ahora han sido por comer pescadito frito y por comer pimiento verde frito en un bocata, respectivamente (puaj, me estoy poniendo mala sólo de escribirlo). ¿Consecuencias? En cinco meses de embarazo, he engordado menos de dos kilos, y todo el mundo que me ve dice que de cara y piernas estoy más delgada ^^

-Ecografía de la semana 20. Muy importante porque sirve para analizar en profundidad los rasgos faciales y todos los órganos y descartar malformaciones y anomalías varias. Todo perfecto también. Y yo, muy feliz. Nos confirman el sexo del bebé, ¡¡es una niña!! Luego me enteré de que el muy pillín de mi ginecólogo ya había anotado "sexo femenino" en mi historial en la ecografía de la semana 12, pero no me lo quiso decir porque aún era pronto y no estaba seguro del diagnóstico.

Y de momento, eso es todo. La verdad es que hasta ahora no me puedo quejar; no tengo casi ninguna molestia, las náuseas y el sueño exagerado del primer trimestre han desaparecido, y salvo unas hemorroides algo molestas y una niña a la que le encanta patearme la vejiga y hacerme salir corriendo hacia el cuarto de baño a las cuatro de la mañana, todo va más que bien. Esperemos que siga así.
Como estoy en la semana 22, la siguiente parada es hacerme el famoso test de O'Sullivan, para controlar la glucosa y asegurarnos de que no tengo diabetes gestacional. ¡Seguiremos informando!